Cuando nuestra generosidad se vuelve tóxica
Blog sobre realidades y tendencias del liderazgo
Miércoles 5 de febrero, 2025
CUANDO LA GENEROSIDAD SE VUELVE TÓXICA
Los beneficios
de la generosidad para la salud mental están bien documentados. Las
investigaciones han demostrado que brindar un servicio o ayuda a los demás nos hace más
felices y saludables, e incluso puede estimular la generosidad de quienes nos
rodean.
Cuando donamos, por ejemplo, estamos menos aislados y más conectados con nuestras comunidades, y personas en particular, y con cuestiones más importantes que nosotros mismos.
La generosidad puede realmente resultar en una mayor alegría y una vida más significativa. Sin embargo, hay aspectos negativos y hasta tóxicos derivados de ejercer una generosidad sin límites tanto para quien da como para quien recibe.
Aunque el acto de dar generosamente representa un valor indispensable para la sana convivencia, la salud mental y el equilibrio espiritual puede generar resentimiento, ira, decepción y culpa, tanto en el que da como en quien recibe.
Esta puede ser la razón por la que algunos estudios han descubierto que dar puede estar asociado con resultados negativos, como sentirse abrumado o agobiado por los problemas de los demás, o sentirse frustrado, en particular cuando hay poca reciprocidad en tales interacciones (Brown, 2003; Konrath y Brown, 2013)
En un reciente artículo de Gal Zauberman, profesor de la Escuela de Negocios de la Universidad de Yale, se abordó esta cuestión investigando la forma en que las personas en un nivel socioeconómico restrictivo juzgan la generosidad de otros más pudientes expresada por ayudas, servicios o donaciones cuando se las establece en el contexto de ingresos específicos.
Junto con Jonathan Berman, de la London Business School, Amit Bhattacharjee, de INSEAD, y Deborah Small, de Wharton, Zauberman demuestra que las personas, independientemente de sus ingresos, se liberan de las responsabilidades éticas de la donación caritativa o el acto de generosidad al mirar más arriba en la cadena económica, a aquellos que ganan más.
“Las personas creen que ellas
mismas, así como las personas con ingresos más bajos, están en gran medida
exentas de la obligación de dar o donar a la caridad, pero que las personas con
ingresos más altos deberían donar significativamente más de lo que ellas mismas
creen que deberían”, escriben los investigadores.
“Por lo tanto, independientemente de cuánto ganen actualmente, las personas constantemente ‘pasan la pelota’ a otras personas con ingresos más altos… quienes a su vez ‘pasan la pelota’ a otras personas con ingresos aún más altos”, concluye el estudio.
Tras estos hallazgos saltan a la vista dos potenciales aplicaciones: Primero, cuando
damos a una persona o personas con menores ingresos económicos a los nuestros,
ellos esperaran que contribuyamos más de lo que en realidad podemos y más
frecuentemente. Una segunda aplicación, es que los que reciben tienden a no sentir
ningún deber ético de retribuir o corresponder con gratitud, por ejemplo, si son los
receptores de tal acto de generosidad.
PROCESO DISFUNCIONAL
Las aplicaciones anteriores permite aproximar una respuesta a la pregunta que algunos nos hacemos frecuentemente como personas y líderes: ¿Por qué la gente no reconoce lo que haces por ellos con gratitud?
Visualicemos esto mediante el siguiente modelo del proceso gradual de esta disfunción:
La primera vez que haces algo por alguien puedes ciertamente generar gratitud en la otra persona. Pero a partir de la segunda vez que lo haces o das a alguien esto genera anticipación, es decir la persona espera que el acto de generosidad se repita nuevamente.
No obstante, la tercera vez que das, aunque sea con sinceridad y sin tratar de controlar o lucirte, en quien recibe ya has generado expectación. La persona espera seguir recibiendo con frecuencia lo que le diste.
Y aquí empiezan los problemas más serios con lo que se llama “derecho”, es decir que quien recibe siente que merece lo que le estás dando y quiere seguir recibiéndolo.
Si continuamos por esta ruta, la quinta vez que lo hacemos, aun con las mejores intenciones, contribuimos a desarrollar una adicción. La persona que recibe siente que ya no puede vivir bien sin lo que le das. Se ha vuelto adicta y espera seguir siendo mimada. La sexta vez quien da notara con transparencia que ya no hay reciprocidad, que no se recibe nada a cambio, ni las gracias, y esto lo lleva a reaccionar dejando de dar.
Hemos malcriado a un ser humano, creado nuestro propio "Frankenstein" que responde y nos sigue, a todas partes, con resentimiento porque le hemos negado lo que tanto necesita materialmente por lo que termina odiándonos porque dejamos de darle lo que le haciamos creer que merecía.
Es claro que, si usamos nuestra generosidad para controlar a personas o entidades, para mejorar nuestra imagen pública, o esperando lealtad o algo más, esto provocara a menudo respuestas tóxicas o desagradecidas. Pero, también podemos recibir un retorno negativo de quien recibe, aunque nuestras intenciones sean sanas e incondicionales.
CÓMO PONER LÍMITES
No olvidemos que somos seres humanos imperfectos. Nadie se acerca a la estatura Madre Teresa de Calcuta
y menos a la Jesucristo en materia de generosidad incondicional y extravagante,
pero es posible dar generosamente a quienes lo necesitan sin provocar disfunciones relacionales.
Esto es posible lograrlo poniendo intencionalmente límites saludables y respetando el principio de que dar generosamente es positivo y mejora nuestra humanidad, particularmente la calidad de nuestro liderazgo.
La Biblia nos anima a dar de lo que tenemos de forma voluntaria y con el motivo correcto. Cuando lo hacemos, no solo se beneficia la persona que recibe, sino también nosotros (Proverbios 11:25; Lucas 6:38). Jesús dijo: “Hay más felicidad en dar que en recibir” (Hechos 20:35).
Pero también nos enseña con sabiduría a dar correctamente, esto es: Debemos dar con alegría, según nuestras posibilidades. “Cada uno debe dar según lo que haya decidido en su corazón, no de mala gana ni por obligación, porque Dios ama al que da con alegría." 2 Corintios 9:7
Pero un límite fundamental a la hora de dar es que seamos intencionales al dar siempre en secreto, sin buscar proyectarnos bajo una luz más positiva. La Biblia nos enseña que la verdadera generosidad se ejercita en secreto y sin esperar nada a cambio.
De hecho, Mateo 6:3-4 nos recuerda que no debemos hacer alarde ni buscar reconocimiento público cuando damos; pero más importante aún que cuando demos a otro en necesidad no sepa nuestra mano izquierda lo que hacemos con la derecha.
No dejemos de dar generosamente de acuerdo a nuestras posibilidades pero pongamos un alto a las disfunciones que creamos en el presente con nuestra manera de hacerlo poniendo límites como los ya señalados.
Le aseguró que no volverá a arrepentirse de dar.
Juan Carlos Flores Zúñiga
FUNDACIÓN LIDERINNOVA
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